Pequeña, la primavera ya llegó, una vez más, con su manto de flores para perfumar tu jardín. Pero de entre todas ellas, las azucenas, había una de una grandiosidad en especial, es la flor de la vida, la que trae las mayores alegrías y desgracias, a partir de las cuales recibes y creces, o cedes y mueres.
Es ahora, a estas alturas del camino, cuando aceleras el paso por un momento para revisar que todo sigue en su lugar. La salida la dejamos atrás hace tiempo, desde entonces nada ha perturbado tu marcha, no te ha impedido ni una sola andadura, ni siquiera ha colocado una piedra en el sendero.
Todo el contexto que te envolvía desde el principio y hasta ahora se ha ido disipando para dar lugar a una nueva situación, en la carrera quedan pocos aventurados, y tú eres la más fiel compañera. Nada ni nadie podría asegurarte una caída fortuita a salvo de rasguños, porque de esos tendrás por todo el cuerpo, tantos que, harás altos en el camino. Nada ni nadie, por muy profundamente sumido que esté en tu corazón, puede asegurarte la calma ante el dolor.
Las experiencias marcarán todo tu cuerpo de cicatrices, embelleciendo las partes del alma, machacando la parte física de tu ser. De cada una vas a aprender, cada cual más amiga del aprendizaje vital, cada una perdurable en el tiempo con un valor superior a cualquier enciclopedia.