Ahora, cada pensamiento evoca a un fracaso, dónde se origina un nuevo rechazo hacia mi persona. Error trás error me precipito al abismo del dolor melancólico, ese temido acompañante de viaje, el cual nunca querrías encontrarte en el asiento de al lado.
No es solo éste el que va conmigo, también arrastro desde días incommemorables un tremendo pesar a causa de esa ausencia de correspondencia entre sentimientos desprendidos y los recibidos. Es algo de lo que no consigo desprenderme, es inevitable la persecución del melodrama que corre tras mi vida. Ciertamente existe una translucidez entre los buenos momentos y los malos, tal como el humo de las tinieblas en las que me veo sumida a cada paso en falso, a cada pieza del puzzle incompleta. Existe una metáfora burlona entre la confianza de una adolescente y la meteorología del clima mediterráneo en otoño, ligada a un gran número de factores, variado en todas sus formas y colores, con un intervalo de tiempo muy corto entre máximas y mínimas, ah! Y máximo exponente de la inestabilidad.
Por eso, ahora, cada detalle que conforma mis relaciones interpersonales, tales como los objetos que rodean mi ecosistema me resultan de lo más inhóspitos, parecen haberse separado la parte material del significado sentimental de cada uno de ellos, y ahora, el sentimiento, burlón, subestima el valor de la parte física que se le adjudica por naturaleza.
Ni el materialismo es válido en instantes en que la incertidumbre responde a cada unas de tus dudas, y todos los aspectos de toda una vida conforman una nueva incógnita.
Déjalo estar por hoy.