Alegoría cotidiana.
La suspensión de los días se construye sin mayor éxtasis ante mis ojos que el placentero arte de conocer. Cada día transcurre con un mayor afán por adquirir nociones, mientras que una gran hambruna alimenta mi deleite al verse saciada.
Es que nadamos en mares de infinitas corrientes, arriba y abajo, inconscientes vagamos entre culturas cargadas de lenguas, literatura, música, religión, pinturas. Y después, siendo ajenos a, por lo menos, dos ritmos, cuatro pintores y media docena de libros, nos obstinamos, pretenciosos, en poseer la potestad de una simple opinión, a años luz de cualquier conocimiento fundamental.
Ingenuos, no se trata de vagar entre mares donde alimentarnos del brillo de las olas, consiste en construir una embarcación firme, de velas tensas contra un viento de cara. Es más que nada el principio de navío consistente el que imperaría el objetivo de nuestras mentes si de verdad creyésemos en una ruta marcada en la carta marítima de nuestra cotidianidad vital.
Reformulando en un pequeño feedback, consiste en ser inconformista. ¿Cómo decirlo sin hurgar en tópicos? Puede que la clave se halle en no dejar pasar en disminuendo el ritmo de una vida debilitada por el poco interés puesto en la absorción del conocimiento de ella misma. El no consentir ejercer el papel de simple espectador en el début de tu vida, que a veces consigue crear una carga muy fuerte, más fuerte de la que uno debería consentir, ante la cual todos nos vemos tentados.
Solución no existe ninguna todavía, aceptación, puede, en el caso de buscarla en uno mismo, pero sí se acerca a la alternativa, alternativa que se propone ante el rechazo del espectador. Alternativa a no ceder ante el condicionamiento del espacio tiempo que rige nuestros días sin compasión, a saborear los mordisquitos de cada costado de un mundo más o menos real en el que nos vemos envueltos sin remedio alguno.