viernes, 11 de mayo de 2012



Empecemos por "La felicidad no es un estado al cual se llega, sino una forma de viajar".
A partir de aquí puedo desarrollar mi monólogo interior acerca de qué es eso de la felicidad, o más bien, porqué nos parece tan terriblemente escurridiza.
Tendemos, o por lo menos yo, a relacionar demasiado íntimamente la suerte con la felicidad. Es cierto que la suerte es una especie de vía rápida a la cual atribuimos cualquier logro que nos facilita un poco más la existencia. 
Pero sigamos, la suerte no es una bendición ni un don, nadie nace con ella pegada al culo. La suerte es un mero artificio inventado por los humanos, es un Buda para los budistas, un Cristo para los cristianos. Es algo que nos hace creer en la existencia del poder que existe más allá de nuestros actos, por así decirlo, no es nada más que un eufemismo de nuestras "acciones tabú": nuestros errores.
Por eso mismo, nos equivocamos, yo la primera, al rechazar la idea del poder más importante que influye sobre nosotros mismos: la consciencia. Con tal de no enfadarnos con nuestros adentros y maldecir ese momento que podría haberlo cambiado todo, o esos momentos que podrían haber cambiado algo; buscamos la alternativa que nos hunde más en nuestra más profunda falacia humana. 

Tarde o temprano acabaremos encontrándonos en este laberinto y la burbuja en la que flotábamos habrá explotado. Es fácil sucumbir a la tentación de las culpabilidades, pero aquí el único poder responsable de algo es aquello que te mueve, es la acción en pasado, el hecho cometido. 
Así que, no hay nada mejor que, hacer de ti tu propia suerte, y de tu propia suerte tu felicidad.