Queremos aquello que no tiene palabras, aquello que no puede ser retratado, que no puedes percibir con ninguno de los cinco sentidos de cualquier mortal. Deseamos alcanzar un sentimiento que nos lleve a un estado fuera de lugar y de tiempo, alejado de cualquier nombre, etiqueta o símbolo a través del cual pueda ser fácilmente reconocido. Huimos de lo habitual, en cuanto a lo frecuente, buscamos las palabras justas y necesarias para decir que lo que nosotros vivimos supera cualquiera frontera. La abstracción parece apoderarse de cada relación que nace, parece que ninguno de los sentimientos depositados en ella puedan ser agrupados y reunidos, dando lugar a un tipo u otro de nexo, unión, entre este dueto.
Pero, a partir de aquí, una vez establecidos los limites infinitos y las transparencias entre sentimiento y hecho, entre pensamiento y realidad, aparece la necesidad de pruebas demostrables. Alcanzado ya el amor virtual, ajeno a lo percebible, queremos conservarlo, meterlo en una cajita, probarlo, testarlo, medirlo. Pero no existe unidad de medida para estos, que tantos hemos creado del azar. No puedes sacar ya razones, causas, o consecuencias de la unión basada en abstracciones flotantes, situadas entre el recorrido de un beso, de una boca a la otra, o en la longitud de una caricia que baja por la espalda, porque el único origen de toda inexacta razón es una chispa, algo así como un chasquido entre el pensamiento y el corazón.