lunes, 25 de noviembre de 2013

Aquellos días en que yo no era yo

Era de todo menos la de siempre, mi yo habitual, mi yo de cada día. Y bien, era consciente de que algo en mi había cambiado, mis pensamientos no eran los mismos, incluso veía las cosas de manera diferente o, a veces, ni las veía. Estaba lejos de quién acostumbraba ser, lejos de preocuparme por lo de siempre, lejos de ser alguien que se preocupa por algo. Había poca cosa más que él y su sonrisa que acapararan mi atención. No había muchos más deberes que besuquearle y malcriarle con mis tonterías. Puede que fuera una versión distorsionada de mi misma, pero me niego a pensar que fuera eso, que eso fuera una distorsión.

No sé si era yo la que cambiaba mi propia realidad al paso que avanzaba hacia él, o era la realidad que su mirada creaba en estas cuatro paredes, que acostumbraban ser tan frías, tan fría como mi yo de antes, en la que me había transformado por completo. Lo cierto es que dejé de ser yo, que mi vida dejó de ser la que era, todo de una manera inevitable. Pasé a ser la parte de un todo, y eso ya no sé si es algo bueno o es algo malo, porque de pronto, un día, el despertador suena levantando un nuevo lunes en que no está él, un lunes que empieza en la cama viendo como parte de mi felicidad sale por la puerta.