
El día se había vuelto gris y amargo. El examen me fue fatal y no tenía humor para nada, prefería cabrearme. Durante el examen me había echado el pelo hacia un lado, recordé que a él eso le encantaba. Después tocaba patio: tubo. Una vez ahí intenté evadirme un poco del agobio que me suponía el examen que acababa de hacer y reí un par de veces. Después tocaba francés, y yo entré un poco antes, supongo que para ir a la taquilla a por el cartapacio, pero sabía que él estaría ahí, junto a las escaleras de en medio. Saqué la manzana del bolso y empecé a darle mordiscos pequeños, me gustaba el aire que me daba tener una manzana en la mano. Decidí subir por las escaleras de en medio, me sentía guapa, a pesar de no estar en mi mejor momento, me encantaba como me había vestido. Él estaba a la derecha, hablando con otro amigo, no lo vi, pero sentí que al ver ese pelo ondeando giró el cuello para dedicarme una mirada. Sonreí por dentro, porque sabía que se había fijado en ese pequeño detalle que sin querer se había quedado en mi.
Subí, cogí el cartapacio y cuando ya estaba abajo aún no había sonado la campana, me sentí un poco patética, la verdad, ¿desde cuando estaba yo esperando delante de la clase cuando aún no había sonado el timbre? Pero ese pensamiento no tuvo tiempo de desaparecer cuando al instante oí aquel sonido irritante. Recordaba que los miércoles a esa hora los de la clase de mi amiga de tercero tienen música justo en el aula de al lado, y a menudo él la acompañaba hasta ahí. Por eso, miraba atenta la esquina del pasillo, para ver que sorpresa me esperaba tras ella. Apareció, mi amiga, y entro en clase después de una simpática sonrisa. Después apareció, el chico de mi clase, que iba a tecnología dos clases más allá; pero a su derecha apareció, si, él. Mi amigo se fue al taller y él se quedó conmigo. Yo estaba sentada en una mesa, medio escondida, entre las taquillas y la pared. Supongo que no quería compartir mi mal humor reflejado en esa mirada de pocos amigos. Pero al verle ante mi algo cambió, y ya había tanta decepción por ese examen, aunque era lo que le estaba mostrando. Me dijo algo, no sé el que, porque el beso que me dio justo después me hizo olvidar aquella frase. Al besarme en la mejilla olió mi perfume, y dijo que lo hacía a posta. A él le encanta. También le encanta ver mi pelo hacia un lado, y también dijo que eso lo hice a posta. Entonces yo fui esquiva una vez más, y le dije bromeando que no era él el único ser de la tierra. Me reí, pero él no lo hizo igual que yo. Un minuto después ya le estaba viendo girar la esquina de las escaleras. Justo en ese momento, cuando aún me quedaba media manzana, le di un mordisco, y al verle marchar pensé: ¿sera que me alegra tanto verle aún? Casi sin masticar aquel trozo me lo tragué, me supo muy amargo, tanto que sentía como iba bajando por mi esófago lentamente, y cuando llegó al estómago me lo hizo encoger. Que indigestión, no la manzana, sino aquel trozo, el momento y el pensamiento que apareció en él.